Texto Víctor Gallego
Aquí arranca una serie de artículos que traerá un repaso por las grandes leyendas del surf que nos ha dejado la historia. Una leyenda llega a ser una leyenda por múltiples factores y vienen determinados por; son una persona única, irrepetible y sobresalen por encima de la media, pero sobre todo, por dejar una huella en la historia. Y este es el caso de Mickey Muñoz.
Este es el caso del surfista con quién abrimos esta serie de reportajes en los que conoceremos a personas que albergaban una chispa especial. Esa que solo salta en una de cada diez nacimientos.
Hablamos de una especie de genio que dejó patente en sus maniobras su inigualable talento, un neoyorquino que escribía su apellido con una letra que en su país ni conocen. Alguien que se ganaba el respeto con sus excéntricas maniobras y con su carácter carismático, hablamos de The Moognose, Mickey Muñoz.
Nuestra señora de París lo vio nacer y él lo hizo surfear, Mickey Muñoz
Mickey Muñoz fue un surfista polifacético que destacó desde muy joven, cuando se mudó de la gran manzana a la icónica Santa Mónica. Aunque este visionario surfista era reconocido en las playas por su surfing, su faceta de shaper tal vez le dio más repercusión mediática.
Como deportista fueron numerosos los títulos con los que llenó sus vitrinas. Destacar los resultados más significativos como cuando terminó segundo en los Campeonatos de la Costa Oeste de 1962 y 1963 y tercero en el Campeonato de Estados Unidos de 1964.
Conocido y reconocido por toda la comunidad surfista este neoyorquino nacido en 1937 es uno de los referentes del surf moderno. Cuando ya el simple hecho de ver a alguien sobre una tabla surcar las olas era todo un gesto de rebeldía. Mickey Muñoz se permitía el lujo de innovar, jugar y crear maniobras tan inverosímiles, cómicas e irreverentes como; el Teléfono, el Misterioso o el Espontáneo.
Tal vez su obra más influyente y la que ha pasado a la historia fue la inspirada en el personaje de la novela de Víctor Hugo;“Nuestra señora de París”. En la que Mickey se colocaba sobre su tabla en una posición en la que imitaba al jorobado más famoso de la historia, el de Notre-Dame. Esa gran representación fue bautizada como el Quasimodo.
Y como gran interprete que era, esa fue la que le daría su Óscar personal, pero todas sus otras invenciones, que no dejaban indiferente a quienes lo veían cabalgar las olas de Malibú, le llevaron al paseo de la fama del surf de Huntington Beach.
Con este gesto la comunidad surfista californiana reconocía y ponía el broche de oro a una carrera llena de éxitos de uno de los padres del surf moderno. Muñoz es una de las figuras que probablemente haya pasado más desapercibida a los ojos de la historia de este deporte, pero que sin ninguna duda dejó su impronta en él.
Un poeta del surf que se puede conocer en profundidad en la autobiogragía No bad waves (Ed. Patagonia), un pionero irreverente y creativo que marcó y creó un surf para el que todavía hay gente que no se sabe si estará preparada.