La lotería es algo que no toca, aparece todos los años gente en los telediarios dando saltos de alegría por liberarse al fin de la hipoteca, pero no conozco a nadie, la lotería no toca. En el otro extremo de la balanza pasa exactamente lo mismo: Los aviones no se caen, aunque palmen ciento cincuenta y pico almas en un vuelo que todos los que vivimos aquí hemos cogido muchas veces, pero como de ellos no conozco a nadie, los aviones no se caen.

Siguiendo este razonamiento tampoco existen los Tsunamis con cincuenta mil muertos, no existen los adinerados de Hollywood, los jeques, los terremotos, ni las bombas ya que no las he visto jamás. En mi rutina no existen ni sufrimiento ni gozo y mi conciencia, por ello, vive sumergida plácidamente en cloroformo.

A mi retina llegan fantasías de todo tipo por internet ,revistas, o televisión, con olas de perfección imposible, ripadas en backcountry, backflips, coches de cien mil euros, hermosas ciudades y mujeres. Es el mundo virtual. En este mundo de pantallas TFT y papel reciclado no hay espacio para las personas, ya que como la lotería, los terremotos y los jeques, son parte de la ficción colectiva en la que vivimos.

Y es mejor que no existan, hace unos días descubrí en una página, por un azar improbable dentro de una lista interminable de azares improbables, las fotos del cuerpo de una mujer con el rostro semioculto. Esto hubiese sido un acto de trámite en todos los casos, en todos menos en este. Esa mujer que ocultaba parcialmente su rostro guardaba con una muy querida amiga de mi juventud, similitudes que no se pueden achacar a la casualidad.

Preso por la excitación, corrí a casa de mis padres aduciendo una excusa banal con el fin de buscar en mi antigua habitación de soltero unas fotos en papel que aún conservo de ella. A hurtadillas y casi sin poder evitarlo, la evidencia pone un nombre a su cara y un corazón en ese cuerpo. Y es mejor que no exista, ya que no entiendo el motivo que la lleva a mostrar su intimidad y me esfuerzo pero no entiendo el motivo, de igual modo que empiezo a no entender las motivaciones que albergan en el corazón del resto de personas que como ella, lo hacen.

Por un momento y por primera vez en mis cuarenta primaveras me toca la lotería de lo improbable y me llegan como propias, las alegrías y tristezas descritas en todos los párrafos anteriores, las olas de perfección imposible, las bombas en Gaza, las ciudades y mujeres hermosas, la vida.